CRÓNICA DE UNA INAGURACIÓN DONDE LAS ESCULTURAS DE JOSEP Mª VILAPLANA Y LAS PINTURAS DE MANEL DOBLAS COBRARON VIDA.
Era 20 de mayo. Las agujas del reloj marcaban las 19:30 cuando la puerta de cristal de la galería D’ Art Mar se abrió a una corriente de luz cálida y murmullos expectantes. El aire olía a primavera vieja y a misterio nuevo. Afuera, la tarde se resistía a marcharse; dentro, algo más grande que una exposición estaba a punto de comenzar.


Josep Mª Vilaplana, escultor del hierro y del alma, había poblado la sala con figuras que parecían detenidas en el umbral entre el sueño y la vigilia: el gorila, de mirada primitiva y melancólica; el cantautor, tocando un instrumento ; los niños jugando, congelados en un instante de alegría perpetua; Afrodita, serena y poderosa; la olivera, arraigada en el suelo como si le nacieran recuerdos de tierra antigua; el pensador Apoli II, recogido sobre sí mismo, como si escuchara pensamientos que aún no han sido formulados.


A su alrededor, como respuesta silenciosa, se desplegaban las Pinturas de Manel Doblas, premiado pintor cuyas composiciones vibraban con una energía distinta. En sus lienzos, trabajados con acrílicos, pigmentos, resinas y fragmentos de collage, convivían cuerpos que parecían hablarnos desde otras realidades.



Los asistentes llegaban uno tras otro, y algo extraño comenzó a suceder: el ambiente cambió. Las obras no solo eran observadas, empezaban a sentirse. Un niño se detuvo frente al gorila y juró que le había guiñado un ojo. Una mujer mayor, emocionada, creyó oír acordes suaves salir del cantautor. Frente a los niños jugando, una pareja joven soltó una risa inesperada, como si un recuerdo olvidado los tocara en el hombro. Las mariposas posando sobre la cabeza de un rostro de mujer.




Los asistentes llegaban uno tras otro, como atraídos por una energía invisible que flotaba en el aire. Y entonces ocurrió lo inesperado: el ambiente empezó a transformarse. Ya no se trataba solo de mirar… Las obras comenzaron a sentirse. A respirarse.
Frente a los niños jugando, una pareja joven soltó una risa inesperada. No fue fuerte, pero sí sincera. Como si un recuerdo, uno de esos que se esconden entre la piel y la memoria, los hubiera tocado suavemente en el hombro y les susurrara: “¿os acordáis de cuando todo era juego y nada dolía?”
Y en una esquina, una pintura observaba en silencio: un rostro de mujer, sereno y etéreo, del que brotaban mariposas que se posaban sobre su cabeza. Como pensamientos alados, como emociones que no necesitan palabras. Nadie sabía si eran de hierro o si realmente estaban ahí. Pero todos las sentían revolotear por dentro.
Las pinturas de Doblas respondían. Los rostros se hacían más intensos, las miradas más profundas. Era como si las emociones de quienes miraban fueran absorbidas por los cuadros, y devueltas con una fuerza amplificada. Doblas, fiel a su realismo emotivo, había logrado que su obra no solo reflejara la etapa de la vida en la que se encuentra, sino también la de quien se atreve a mirar.








Las esculturas comenzaron a proyectar sombras que se movían levemente, como si respiraran. Y entonces fue evidente: el arte estaba vivo. No en un sentido metafórico, no solo como una forma de hablar de belleza o inspiración. Vivo de verdad. Las figuras de Vilaplana y las pinturas de Doblas habían tejido, sin proponérselo, una especie de conjuro. La materia, cuando está llena de intención y verdad, se vuelve porosa al alma.


La galería se llenó de risas, de conversaciones, de silencios compartidos. La luz de la tarde entraba por los ventanales y acariciaba cada rincón. Había una emoción suspendida en el aire, como si todos supieran que estaban siendo testigos de algo irrepetible. Y tal vez lo eran.
A las 21:00, cuando el sol ya se había rendido, muchos seguían allí, con la misma expresión en los ojos: mezcla de asombro, gratitud y esa nostalgia extraña que nos queda cuando algo hermoso se acaba. Aunque, para muchos, aquella noche no terminó. Porque algo se quedó con ellos. Tal vez una mirada del pensador, tal vez el eco de una nota del cantautor, tal vez el brillo líquido de un cuadro de Doblas que, en algún rincón de su memoria, sigue latiendo.














Pau Clarís 120-Barcelona
Del 20 de mayo al 27 junio 2025
2 Comments
Solo tengo palabras de agradecimiento para viajeros en el arte , sin duda el mejor reportaje de mi obra .
Mucha emocion y gratitud eterna
Muchísimas gracias Josep María, por tus palabras. Nos ha gustado mucho tu obra. Felicidades por ello.