“La mirada”, así se llama la obra de José Luis. Bueno, pues esa que está
pintada soy yo.
Le conocí en una exposición; me gustan sus cuadros, y con la persona que
fui nos pusimos a buscarle. Quería saber quién era ese pintor original que
llenaba sus cuadros de tantas pinceladas y tanto color. Así estaba inundada la
sala de exposición.
Preguntando le conocí, y le dije que me gustaban sus cuadros; y esos ojos
llenos de vida que reflejaban sus retratos. Me invitó a su estudio y allí me
presenté. Me gustan los estudios de los pintores, esos sitios llenos de vida, de
pasión, de fracasos, y esos intentos de captar la vida a través de la mirada del
pintor.
Llegué y me encontré un sitio lleno de color, había cuadros por todos los
sitios, unos terminados y otros no. También había bocetos, -era el inicio de sus
cuadros- esparcidos por una gran mesa rectangular, allí se respiraba arte, y
también, como él me dijo: mucho trabajo.
Me propuso posar y posé; me hizo un pequeño boceto y me lo enseñó; era a
lápiz pero me vi reflejada en él. Al día siguiente estaba posando y me di cuenta
que era un perfeccionista; empezó por los bocetos, y estaba en tensión, me
miraba y pintaba, hasta que apareció eso que se llama inspiración. Al día
siguiente, con los bocetos al lado empezó a pintar el cuadro. Yo posaba, y
posaba, su mirada iba de los bocetos a mi cara hasta terminar la sesión, vi el
inicio de su cuadro y me gustó.
Era yo, pero había algo que no veía claro, y era la expresión; eso que
reflejan los ojos, la mirada, el interior. Ese día nos despedimos, seguiría
pintando, y dando color. Me dijo que me llamaría cuando estuviese pintado. Así
llevo dos meses, y pienso que se ha olvidado, o que no le ha gustado el
resultado y lo tiene abandonado.
Hoy estoy contenta, he recibido la llamada del pintor y me ha dicho que
tengo que ir vestida y maquillada igual. Pienso que tendré que posar. ¿Será por
los retoques?
Me acompaña mi amigo, -ese de la exposición- cuando llegamos, nos recibe
con una sonrisa y nos hace pasar. Yo estoy nerviosa y excitada por el resultado
del cuadro, miro por todos los sitios del taller y no lo veo. Pienso si me habrá
engañado. ¿O tal vez no le ha gustado el resultado y quiere volver a empezar?
Ve mi nerviosismo y me dice:
-Siéntate, tienes que posar, serán los retoques.
Estoy sentada y nerviosa, mi amigo me coge la mano y me tranquiliza
mientras José Luis pone el caballete. Él empieza a mirar cuadros que están
tapados y coge uno, lo pone en el caballete, le quita la tela que lo cubre y me lo
enseña. Me da un pálpito el corazón, no me lo puedo creer, es colorista y
denso de pintura, y, yo diría que tiene “hasta rayajos”. Emocionada como estoy
me manda posar.
-No te muevas, solo quedan los retoques. Mira al frente, quiero ver la
expresión de tus ojos, penetrar en tu mirada; no quiero que se me escape
ningún detalle.
El retoque que yo creía corto. ¡Para nada! Lleva dos horas y éste sigue con
los retoques; es un perfeccionista, el que nunca termina. En este momento
recuerdo un comentario que leí del pintor americano William Merritt Chase que
decía lo siguiente:
-Para pintar se necesitan dos personas, uno para pintar y el otro para
quedarse un hacha para matarlo antes de que estropee el cuadro…
Yo, que pensaba que antes estaba bien. ¿Cómo habrá quedado el cuadro?
Ha dejado los pinceles , se retira y observa el cuadro, por lo que veo está
satisfecho de él y en su cara aparece una sonrisa; mueve el caballete, se retira
y me enseña su obra acabada… ¡ Ahora sí!… Esa soy yo!
(Bocanegra)
