Hablar de Aarón Izquierdo es hablar de un artista que se mueve entre el color y su ausencia, entre lo simbólico y lo cotidiano. Nacido en Madrid en 1982, formado en la Escuela de Arte de Toledo y con una trayectoria que lo ha llevado a exponer en ciudades como Londres, Bogotá, Mónaco o París, su obra parte de un encaje técnico preciso, pero se despliega en una exploración constante de lo ambiguo, lo narrativo y lo sensorial. Sin embargo, detrás del creador plástico hay una persona que piensa, siente y observa el mundo con la misma intensidad con la que pinta. Esta conversación busca descubrir al Aarón que vive más allá de los museos y las ferias, al hombre que se emociona, reflexiona y encuentra refugios en lo cotidiano.
Aaron Izquierdo, bienvenido a Entrevistas Encadenadas del Club Viajeros en el Arte.
1-Tus inicios en el arte comenzaron cuando apenas tenías tres años. ¿Qué recuerdas de ese niño que dibujaba y cómo crees que aún vive dentro del Aarón adulto de hoy?
Creo que pinto desde que tengo uso de razón. En mis primeros recuerdos siempre aparece un papel frente a mí, como si fuera la manera más natural de estar en el mundo.
No sé si influyó el hecho de ser hijo único, de haber crecido en una familia donde también se pintaba —mi padre y mi padrino lo hacían—, o si simplemente fue la necesidad de un niño especialmente sensible de encontrar un lenguaje propio.
Para mí, el dibujo y la pintura eran una forma de comunicarme en otro idioma, un idioma íntimo y silencioso que me acompañó desde entonces y que aún hoy sigue presente en mi manera de crear.
Ese niño sigue vivo dentro de mí: es quien mantiene intacta la curiosidad, la capacidad de asombro y la necesidad de expresar lo que siento sin filtros.





2. Te formaste en Toledo y creciste en Madrid. ¿Qué significan estas dos ciudades para ti, más allá de ser escenarios de tu biografía?
Madrid es lo cosmopolita, lo vibrante, lo divertido, aunque también pueda ser fría e impersonal… y justamente por eso me encanta. Recuerdo mi infancia allí con mucho cariño: los sábados en el Museo del Prado, y los domingos de “bravas” y paseo por El Rastro con mis padres, descubriendo objetos y personajes que parecían salidos de otro tiempo.
Pero Toledo se lleva los mejores años, los primeros de verdad como pintor. Allí me formé, conocí profesores y compañeros que dejaron huella en mí, y recibí las influencias que han marcado mi camino artístico. Toledo es mucho más que una ciudad: es historia, leyenda y magia. Y todo eso impregna, de alguna manera, mi pintura o la forma de crearla.
3. Has expuesto en lugares tan distintos como Londres, Bogotá o París. Pero cuando necesitas volver a ti mismo, ¿qué lugar —real o imaginario— es tu refugio?
Es curioso, porque a veces la obra viaja más que uno mismo. Y cuando me toca acompañarla, llega un momento en que te despiertas en mitad de la noche y no sabes si estás en Madrid, Toledo, Murcia, Bilbao o Barcelona… Ese desarraigo puede ser bonito, pero también confuso.
Lo único que realmente me ancla a la tierra, a mi centro, es mi pareja. Él es quien me recuerda lo que significa la raíz, la calma y la pertenencia. Para mí, el refugio no es tanto un lugar físico como la certeza de estar cerca de él. En él encuentro hogar, protección y la tierra firme a la que siempre puedo volver.
4. Tu obra juega entre el color y su ausencia, entre lo real y lo simbólico. ¿Eres así también en tu vida personal? ¿Te reconoces más en los contrastes o en los matices?
Sí, soy una persona de contrastes, pero también de matices. Vivo en esa dualidad: a veces me muevo entre extremos, con ideas firmes y posiciones claras, y otras me descubro buscando los grises, los detalles pequeños que suavizan cualquier certeza. Creo que ahí está la riqueza: en aceptar que pueden convivir ambos lenguajes.
Por eso mi obra transita entre lo real y lo simbólico, entre la fuerza del color y la profundidad de su ausencia. Porque creo que el arte no solo es expresión personal, sino también una herramienta para reivindicar, para poner sobre la mesa ideas y emociones que puedan llegar a más gente.





5. Más allá de los premios y las exposiciones, ¿ qué es lo que realmente te emociona hoy en día, aquello que todavía logra conmoverte o hacerte sentir vulnerable?
Lo que más me emociona es la reacción del espectador. Ya sea alguien que se acerca a ver mi obra con intención o quien se la cruza por casualidad, me conmueve cuando logra despertar en cualquier emoción.






Para mí, la pintura es un idioma distinto al de las palabras, y cuando ese lenguaje conecta con otra persona ocurre algo muy especial. En ese momento la obra deja de ser solo mía para convertirse en un espacio compartido. Eso, más que cualquier premio o exposición, es lo que me sigue conmoviendo y me hace sentir vulnerable.







6. Has colaborado con causas sociales y medioambientales. ¿Qué injusticias del mundo actual te sacuden más y cómo intentas canalizar esa sensibilidad en tu vida o en tu arte?
Intento no ser especialmente político, pero inevitablemente termino pronunciándome en aquello en lo que creo. Aunque a veces intente “nadar y guardar la ropa”, nunca lo consigo del todo. Hay cuestiones que me atraviesan y no puedo ignorar: la destrucción de la naturaleza, las guerras, la homofobia, el hambre… Todas son injusticias que me sacuden porque nos afectan como humanidad y reflejan lo frágil que es nuestra convivencia.
En mi vida trato de canalizar esa sensibilidad manteniéndome consciente, informándome, apoyando causas y, sobre todo, intentando que mis actos y decisiones tengan coherencia con lo que creo justo. En mi obra, no siempre es explícito, pero esas preocupaciones laten en los símbolos, en los contrastes y en los matices. Creo que el arte puede abrir rendijas de reflexión, invitar a mirar de otra manera y, si mi pintura consigue conmover o hacer pensar, siento que cumple una función que va más allá de lo estético.
7. ¿Tienes alguna creencia, filosofía, lema o pensamiento recurrente que sientas como una brújula en tu vida?
Para mí, el sentido de la vida está en la búsqueda de la felicidad, aunque la conciba como un estado intermitente, que va y viene. Intento cultivar esa felicidad a mi alrededor, proyectarla, porque la alegría no es solo un sentimiento, sino también un acto: rodearte de ella, compartirla y dejar un recuerdo bonito en quienes te rodean.
Pero hay un lema que me ha acompañado desde que decidí exponer por primera vez en Toledo y que sigue guiando muchos de mis pasos: “Lo que sucede conviene”. Gracias a esa filosofía, he encontrado algunas de las más bonitas casualidades, personas y experiencias en mi camino. Incluso este momento, escribiendo para Viajeros en el Arte y reflexionando sobre cómo he llegado hasta aquí y por quiénes, es una de esas casualidades que me confirman que este pensamiento funciona como una brújula en mi vida.


8. Más allá del estudio, ¿cómo es un día cualquiera en la vida de Aarón Izquierdo? ¿Qué rutinas sencillas te mantienen con los pies en la tierra?
La verdad es que no tengo una rutina marcada. Con los años he aprendido a disfrutar mucho más de los días, y eso me hace madrugar más que antes. Nunca desayuno en casa; prefiero salir y dejarme llevar por lo que me depare la mañana. Por supuesto, si tengo entregas o compromisos laborales, me centro en eso, pero cuando el tiempo es mío, me gusta fluir sin prisa.
Disfruto mucho de la naturaleza, especialmente del mar. Tenemos una casa en la playa que visitamos a menudo, y esos momentos me recargan. A la vez, también me considero bastante “rata de asfalto”: la ciudad me fascina por su oferta cultural, y me gusta perderme en ella porque nunca se sabe dónde puede surgir la inspiración. Las musas siempre me encuentran con la mente activa.
Al final del día, me gusta regresar a casa, comer tranquilo, leer un poco y terminarlo con una película. Ese sería un día diez para mí: sencillo, sin grandes ambiciones, pero perfecto.
9. Ping pong reflexivo:
10. Esta entrevista forma parte de un ciclo encadenado dentro del Club Viajeros en el Arte. El artista multidisciplinar Francis Arroyo Ceballos fue quien eligió enlazar su voz con la tuya, y te dejó esta pregunta: ¿qué es lo mejor y lo peor de ser artista?
No diría que exista un “peor” en esta profesión, pero quizás lo que menos me gusta de ser artista son los momentos en los que toca salir de la “cueva” —la zona de confort— y enfrentarse a prensa, televisión o eventos. No es desagradable, pero sí incómodo para mí; aun así, sé que forma parte del camino.
Y lo mejor, sin lugar a dudas, es la creación. Me nutro de todo lo que veo y leo: exposiciones, conversaciones, experiencias… y luego ese cúmulo de estímulos se transforma en pintura. Ese instante en el que puedes dar forma a lo que llevas dentro, es lo que hace que todo lo demás tenga sentido.


Y ahora, Aarón, la cadena continúa contigo: si pudieras escoger al próximo creador al que pasarle la palabra, ¿a quién elegirías y qué pregunta le harías para desvelar a la persona que se esconde más allá de su obra?
Elegiría a Luis García Cid, director del Museo Cromática. Siguiendo el lema “Lo que sucede conviene”, del que hablaba más arriba, un encuentro casual con Sara, subdirectora del museo, y una Geisha me llevó a conocerlo y descubrir su proyecto. El resto… se convirtió en una bonita amistad. Gracias a su confianza en mi pintura, dos instrumentos musicales —el violonchelo “La Emperatriz del Sol Naciente” y el contrabajo “Mawu”— ahora adornan el centro de dos salas de lo que ha sido elegido como el segundo museo más original del mundo.
A él le preguntaría: Desde tu perspectiva, ¿ cuál crees que es el papel de un museo en la vida cultural de una ciudad y en la trayectoria de los artistas que exponen?
Aaron Izquierdo, escucharte es entender que, más allá de los colores y los trazos, late una filosofía de vida: crear, cuestionar y conmover. Porque al final , como tu mismo nos demuestras, el arte y la vida no son caminos paralelos, sino una misma travesía. Muchísimas gracias por darnos a descubrir tu historia y por haber aceptado ser partícipe de esta cadena de entrevistas.

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